En el cementerio de Cheste, un nicho permanece vacío, aguardando la llegada de Eli, una madre de 38 años que desapareció durante la devastadora dana del 29 de octubre. Este espacio, reservado por su familia, simboliza la espera y la ausencia, un recordatorio constante de la tragedia que marcó a esta comunidad. Eli, madre de dos hijos menores, es una de las 228 víctimas de esta catástrofe natural, que ha dejado huellas imborrables en la vida de quienes la conocieron.
La historia de Eli es desgarradora. Viajaba de copiloto en un Ford Focus negro junto a su madre, Elvira, cuando una repentina crecida del barranco del Poyo arrastró su vehículo. A pesar de que el coche que iba delante logró escapar, Eli y su madre no tuvieron la misma suerte. Elvira fue encontrada dos semanas después en un campo de naranjos, pero Eli sigue desaparecida, dejando a su familia en un limbo de incertidumbre y dolor.
La situación se complica aún más para sus hijos, quienes no fueron declarados huérfanos hasta tres meses después del desastre. El mayor, de 19 años, ha tenido que lidiar con la pérdida de su madre y su abuela al mismo tiempo, un golpe emocional devastador. La familia, liderada por Ernesto, el hermano de Elvira, ha mantenido la esperanza de encontrar a Eli. A pesar de la tristeza y la desesperación, Ernesto se ha convertido en el pilar de la familia, apoyando a quienes no pueden sobrellevar el peso de la pérdida.
La búsqueda de Eli ha sido un esfuerzo colectivo. Desde el primer momento, alrededor de 120 voluntarios se unieron para ayudar, formando grupos de búsqueda que se adentraron en el barranco. Entre ellos, los Topos Aztecas, expertos en rescates, lograron recuperar el cuerpo de Elvira, pero la búsqueda de Eli se ha vuelto cada vez más complicada. Ernesto describe la situación actual como una labor arqueológica, donde la esperanza de encontrarla se mezcla con la realidad de que el tiempo juega en su contra.
La ausencia de un cuerpo para despedirse ha dejado una herida abierta en la familia. La psicología describe este fenómeno como ‘no poder cerrar el duelo’, un dolor que se intensifica por la falta de un lugar al que acudir para honrar la memoria de Eli. Ernesto ha expresado su gratitud hacia la comunidad que se unió en los primeros días tras la tragedia, pero también ha manifestado su decepción hacia las autoridades, en particular hacia el presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, cuya gestión ha sido criticada por la familia.
La situación de Eli no es un caso aislado. Otros dos hombres, Paco y Javi, también desaparecieron durante la misma tormenta. Paco, de 64 años, fue arrastrado por las aguas mientras intentaba proteger a sus nietos, quienes lograron sobrevivir aferrándose a un árbol. Javi, de 56 años, perdió la vida junto a su hija Susana, cuyos restos fueron encontrados, pero los de Javi aún permanecen en un lugar desconocido. Las familias de Paco y Javi también enfrentan el mismo dolor y la misma incertidumbre que la familia de Eli.
La tragedia de Eli y su familia es un recordatorio de la fragilidad de la vida y de cómo un evento natural puede cambiarlo todo en un instante. La comunidad de Cheste ha sido testigo de la resiliencia de estas familias, que a pesar de la adversidad, continúan buscando respuestas y manteniendo viva la memoria de sus seres queridos. La espera de Eli en su nicho vacío es un símbolo de esperanza, un lugar donde su familia aún cree que algún día podrá descansar junto a su madre y su abuela.
La historia de Eli es un llamado a la acción y a la reflexión sobre la importancia de la preparación ante desastres naturales. La gestión de emergencias y la respuesta de las autoridades son cruciales para evitar que tragedias como esta se repitan en el futuro. La comunidad de Cheste, unida en su dolor, sigue adelante, esperando que la memoria de Eli y de todos los desaparecidos sea honrada y que sus historias no se olviden. Mientras tanto, el cementerio de Cheste guarda un vacío que es también una promesa: que algún día Eli regrese para descansar junto a los suyos.
