Durante décadas, la Antártida ha sido considerada uno de los lugares más intactos del planeta Tierra. Sus aguas gélidas y sus ecosistemas marinos, caracterizados por especies únicas y longevas, han permanecido aislados de la mayoría de las actividades humanas. Sin embargo, un grupo de científicos internacionales ha conseguido captar, por primera vez, las consecuencias directas del fondeo de embarcaciones en los delicados fondos marinos del océano Austral, un acto que hasta ahora había pasado completamente desapercibido. Las grabaciones revelan un paisaje alterado: sedimentos removidos, esponjas marinas gigantes aplastadas y daños visibles en colonias que podrían tardar décadas, incluso siglos, en recuperarse. Este estudio, liderado por el investigador Matthew Mulrennan y apoyado por la organización KOLOSSAL, no sólo documenta el impacto de esta práctica, sino que pone en evidencia una problemática que amenaza la integridad ecológica de una región que ya sufre los efectos del cambio climático.
El aumento de rutas turísticas, científicas y pesqueras multiplica el riesgo de que estas huellas humanas se conviertan en cicatrices permanentes. El fondeo de barcos puede parecer una acción rutinaria, sin consecuencias graves, pero en realidad es una amenaza silenciosa para el fondo marino. Al dejar caer anclas y cadenas, se producen daños físicos que alteran la estructura y composición de los sedimentos y las comunidades que viven en ellos. En el océano Austral, donde los ecosistemas bentónicos crecen y evolucionan a un ritmo extremadamente lento debido a las bajas temperaturas, estas perturbaciones pueden tener efectos devastadores a largo plazo.
Las imágenes captadas en 36 ubicaciones cercanas a la península antártica y la isla Georgia del Sur muestran claros signos de esta alteración. Se observan surcos profundos en el lecho marino, producto del arrastre de cadenas y anclas, que han dejado marcas indelebles en el terreno. Las esponjas volcánicas gigantes, organismos que pueden alcanzar edades cercanas a los 15.000 años, aparecen aplastadas o completamente destruidas en las zonas afectadas. Estos animales son esenciales para el ecosistema porque filtran el agua, fijan carbono y proveen refugio y alimento para muchas otras especies marinas como pulpos, estrellas de mar y peces.
La importancia de las esponjas y otras especies bentónicas radica en su papel fundamental en la estabilidad del ecosistema marino antártico. Al filtrar grandes volúmenes de agua, estas esponjas limpian y reciclan nutrientes, contribuyendo a mantener la calidad del hábitat para numerosas especies. Su desaparición o daño significativo puede desencadenar un efecto dominó que afecte a toda la cadena alimentaria local. Además, estas comunidades marinas actúan como sumideros naturales de carbono, ayudando a mitigar los efectos del cambio climático. La destrucción de estos organismos no solo implica una pérdida de biodiversidad, sino también una disminución de la capacidad del océano para absorber dióxido de carbono, lo que puede agravar aún más el calentamiento global.
El retroceso del hielo marino antártico, consecuencia directa del calentamiento global, ha abierto nuevas rutas de navegación que antes eran inaccesibles. Esto ha impulsado un incremento considerable en el número de embarcaciones que operan en estas aguas, con fines turísticos, científicos y pesqueros. Aunque existen estrictas regulaciones para la protección ambiental en la región, el fondeo de barcos carece de una normativa clara y efectiva que limite su impacto sobre el fondo marino. El estudio de Mulrennan y su equipo documentó la presencia de al menos 195 embarcaciones fondeando en zonas con profundidades de hasta 82,5 metros. Se sospecha que la cifra real podría ser mucho mayor. Esta presión humana sobre un ecosistema tan sensible y de recuperación lenta representa una amenaza directa que, si no se controla, podría causar daños irreversibles.
Las imágenes subacuáticas obtenidas durante la investigación son claras y contundentes. En las zonas afectadas, el fondo marino aparece desgarrado, con sedimentos removidos y estructuras marinas rotas o desaparecidas. A poca distancia, donde las anclas no han tocado el suelo, la vida marina sigue floreciendo, lo que demuestra el impacto directo y localizado de estas actividades humanas. Matthew Mulrennan ha enfatizado que «el fondeo es probablemente el problema de conservación marina más ignorado a escala global: está fuera de la vista, fuera de la mente». Esta afirmación resalta la necesidad urgente de incluir esta práctica en las agendas de protección ambiental y gestión sostenible de los océanos.
Este estudio nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras acciones, incluso las que parecen inofensivas, tienen consecuencias profundas en ecosistemas remotos y vulnerables. Es fundamental desarrollar regulaciones específicas para el fondeo en aguas antárticas, que incluyan restricciones sobre dónde y cómo anclar, junto con tecnologías alternativas que reduzcan la necesidad de contacto físico con el fondo marino. Además, promover el turismo responsable y fortalecer la vigilancia y el control de las actividades marítimas en la región son pasos indispensables para preservar la biodiversidad y funcionalidad de estos ecosistemas.