La historia de David José Arellano es un trágico recordatorio de la violencia de género y de las fallas en el sistema judicial y administrativo. Arellano, condenado por el asesinato de su esposa Valentina Chirac en 2017, logró evadir la justicia durante casi dos años tras su condena, y lo más sorprendente es que continuó recibiendo la pensión de viudedad de la mujer a la que él mismo mató.
El crimen ocurrió en su hogar en Collado Villalba, Madrid, donde Arellano golpeó y asfixió a Valentina con una bolsa de plástico. La pareja tenía una hija de seis años en ese momento. Después de un juicio que fue declarado nulo por irregularidades, Arellano fue finalmente condenado a 22 años de prisión en 2023. Sin embargo, antes de ser encarcelado, se fugó, lo que llevó a las autoridades a iniciar una intensa búsqueda.
### La caza del fugitivo
La Sección de Localización de Fugitivos de la Policía Nacional se encargó de la búsqueda de Arellano, quien había desaparecido tras su condena. Durante dos años, los investigadores lo rastrearon en diversas casas okupas y talleres clandestinos en la sierra de Madrid, así como en competiciones de trial y motocross, que eran sus pasiones. A pesar de sus esfuerzos, Arellano logró mantenerse en la sombra hasta que un giro inesperado en la investigación lo llevó a ser capturado en un taller de turbos en Lisboa, Portugal.
La operación, denominada «Turbo», se centró en la afición de Arellano por los turbocompresores, componentes que aumentan la potencia de los motores de los coches. Los investigadores, al seguir esta pista, descubrieron que Arellano había estado utilizando una aplicación de compraventa de turbos bajo el seudónimo de Lewis Hamilton, el famoso piloto de Fórmula 1. Este detalle fue crucial para su captura, ya que permitió a las autoridades portuguesas identificarlo y arrestarlo en julio de 2025.
### Un sistema que falla
Lo que resulta aún más inquietante es que, durante su tiempo como fugitivo, Arellano no solo evadió la justicia, sino que también siguió cobrando la pensión de viudedad que le correspondía por la muerte de su esposa. Este hecho ha suscitado una gran indignación y ha puesto de relieve las deficiencias en el sistema de pensiones y en la comunicación entre las diferentes administraciones. Según informes, Arellano recibía más de mil euros mensuales, justo el mismo día en que su hija, ahora de 14 años, también recibía una pensión de orfandad.
Este caso no es aislado. En España, ha habido otros ejemplos de asesinos que han cobrado pensiones de viudedad de sus víctimas. En 2011, se reveló el caso de un profesor que, tras asesinar a su esposa e hijo, continuó recibiendo la pensión de su mujer durante 13 años. Para evitar que situaciones como estas se repitan, en 2015 se implementó una reforma legal que prohíbe a los condenados por homicidio o asesinato cobrar pensiones de viudedad de sus víctimas. Sin embargo, el caso de Arellano pone de manifiesto que aún existen fallos en la aplicación de estas leyes.
La indignación pública ha crecido a medida que se han conocido más detalles sobre cómo Arellano pudo beneficiarse de un sistema que debería haberle negado cualquier tipo de ayuda económica. La Seguridad Social, al parecer, no había retirado la pensión de viudedad que Arellano cobraba, lo que ha llevado a cuestionar la eficacia de los controles administrativos. La falta de comunicación entre las distintas entidades involucradas en la gestión de pensiones y la justicia ha permitido que un asesino continúe recibiendo dinero de la misma fuente que le debería haber sido negada.
Este caso ha abierto un debate sobre la necesidad de revisar y mejorar los protocolos existentes para asegurar que los condenados por crímenes graves no puedan beneficiarse de las pensiones de sus víctimas. La sociedad exige respuestas y acciones concretas para evitar que situaciones tan inaceptables se repitan en el futuro. La historia de David Arellano es un recordatorio de que la justicia no solo debe ser punitiva, sino también preventiva, para proteger a las víctimas y sus familias de las consecuencias de actos tan atroces.