El verano es una época tradicionalmente asociada con el descanso y las vacaciones, pero para muchas familias, esta idea se ha convertido en un lujo inalcanzable. En la Comunidad Valenciana, un 38,1% de la población no puede permitirse salir de vacaciones al menos una semana al año, según el Informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza. Esta cifra ha ido en aumento, reflejando una realidad preocupante que se asemeja a los peores momentos de la crisis económica de 2008. Las historias de personas como Eva, Viktoria, Aitana, Amparo e Inmaculada ilustran cómo el trabajo, la falta de recursos y la búsqueda de alternativas han marcado sus veranos.
La realidad de Eva es un claro ejemplo de cómo la economía puede limitar las oportunidades de disfrutar de unas vacaciones. Madre de tres hijos, Eva ha pasado años sin poder salir de su hogar en Xirivella. Sus hijos, que oscilan entre los 12 y 19 años, nunca han tenido la oportunidad de experimentar lo que es alojarse en un hotel. «No saben lo que es dormir en un hotel», comenta Eva, quien se siente atrapada en un ciclo de estrechez económica. Este verano, como en muchos anteriores, se quedará en casa, utilizando la piscina municipal y disfrutando de escapadas a la playa. La falta de recursos también afecta su capacidad para salir a cenar o comer fuera, lo que hace que su verano sea un tiempo de sacrificio y planificación para el próximo año escolar.
Por otro lado, Aitana Maltrana, una joven de 18 años, ha decidido empalmar su trabajo con sus estudios. Trabajando en una residencia de personas mayores, Aitana ha encontrado en el empleo una forma de ganar dinero y adquirir experiencia profesional. Aunque le gustaría irse de vacaciones, reconoce que ahora es el momento de aprovechar al máximo su trabajo. Sin embargo, la conciliación se convierte en un desafío, ya que sus días libres no siempre coinciden con los de sus amigos y familiares. «Cuando tengo un día libre, intento exprimir al máximo el verano», dice Aitana, quien busca disfrutar de su tiempo libre a pesar de las limitaciones.
La historia de Viktoria Ghazaryan también refleja la realidad de muchos jóvenes que, en lugar de disfrutar de festivales y vacaciones, se ven obligados a trabajar. A sus 18 años, Viktoria trabaja en un restaurante en Cullera, donde ha estado laborando durante los últimos dos veranos. Aunque ha tenido la oportunidad de ver a sus amigos disfrutar de festivales, ella ha optado por el trabajo, convencida de que estos sacrificios le permitirán alcanzar sus metas en el futuro. «Si quieres algo tuyo en el futuro, un coche, una casa, tienes que empezar a saber lo que es trabajar», afirma Viktoria, quien también encuentra tiempo para sus estudios y pasatiempos en la temporada baja.
Inmaculada Martínez, por su parte, ha decidido cambiar sus vacaciones por un viaje de voluntariado a Benín. Este año, en lugar de disfrutar de un viaje de placer, se unirá a una ONG para ayudar a niños y familias en uno de los países más pobres del mundo. Inmaculada ha dejado atrás sus vacaciones tradicionales, como el Camino de Santiago, para embarcarse en una experiencia que considera más significativa. «No voy a ver elefantes, sino a ayudar a quienes realmente lo necesitan», comenta, reflejando un deseo de hacer una diferencia en la vida de otros.
Amparo Ródenas, quien trabaja en Correos, ha estado sin vacaciones de verano desde 2018. Su situación laboral, marcada por contratos temporales, la ha llevado a trabajar sin descanso, lo que complica aún más su vida familiar. Con un hijo adolescente y padres mayores a su cargo, Amparo ha tenido que organizar su tiempo de manera que su hijo pueda disfrutar de unas vacaciones, mientras ella sigue trabajando. «Lo peor es conciliar», dice, resaltando la dificultad de equilibrar las responsabilidades laborales y familiares.
Estas historias son solo una muestra de cómo la falta de recursos y la necesidad de trabajar han transformado la experiencia del verano para muchas personas. Mientras algunos optan por el trabajo como una forma de asegurar su futuro, otros encuentran en el voluntariado una manera de dar sentido a su tiempo libre. En un contexto donde las vacaciones se han convertido en un lujo, la creatividad y la resiliencia se vuelven esenciales para enfrentar la realidad del verano sin viajes.